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DEBATE
Pagni: "La campaña es ella". Van der Kooy: "La última función de Cristilandia"
02/03/2015

La campaña es ella

La Nación

Por Carlos Pagni-

Ayer Cristina Kirchner lanzó su gobierno a la carrera electoral. Su discurso ante el Congresofue el de un líder caudillesco que aspira a emocionar a sus seguidores con la promesa del poder, más allá de cualquier adversidad.

El argumento fue esquemático, como corresponde a una campaña. Recitó un rosario de cifras para demostrar que ha sido fiel a sus tres axiomas principales: que los pobres, por definición, tienen razón respecto de los ricos; que lo estatal, por definición, es mejor que lo privado, y que lo nacional, por definición, supera a lo extranjero. En otras palabras, reclamó la exclusividad del populismo. Para demostrar que esas consignas tendrán éxito recurrió a la profecía.

Dijo que percibe una atmósfera promisoria, como la del Bicentenario. La comparación es razonable. En aquel momento, el kirchnerismo venía de una derrota electoral. Pero hay diferencias importantes. En 2010 la economía se recuperaba de una caída abismal. Y el Tesoro acababa de apropiarse de las AFJP. Ahora la actividad está planchada y las cuentas tienen un déficit de 190.000 millones de pesos. El optimismo de los que miran la economía se debe a que, como tuiteó el corresponsal del Financial Times para refutar a la Presidenta, los mercados festejan que, en poco tiempo, ella se irá.

Cristina Kirchner debe demostrar que esa salida no representa un fin de ciclo. La necesidad de ganar las elecciones es más perentoria cuanto mayor es el riesgo judicial. Sólo el poder otorga impunidad, dijo Yabrán.

No debe sorprender, entonces, que ella dedicara el centro del discurso a la Justicia. Sobre todo a la denuncia de Alberto Nisman, punto de partida de una crisis que la tuvo sin oxígeno.

Ante el Congreso desplegó otra vez su teoría sobre el atentado contra la AMIA, e incluyó el de la embajada de Israel. La explicación derivó en severos ataques a la Corte Suprema y al Estado de Israel.

La Presidenta pidió que los carteles que muchos legisladores colocaron para exigir justicia para las víctimas de la mutual judía se orientaran hacia otro sector del recinto. Se refería a Ricardo Lorenzetti, cuyo rostro era enfocado por la TV. El reproche fue por la demora en el juicio por encubrimiento contra Carlos Menem y el juez Juan Galeano, entre otros. Tal vez jugó con fuego. Lorenzetti podría reivindicarse reabriendo el caso en que el juez Gabriel Cavallo absolvió a Galeano por peculado durante el proceso AMIA. En noviembre, la Procuración, a cargo de Alejandra Gils Carbó, enjuiciará de nuevo a Galeano. Si la Corte aceptara, avalaría la doctrina de la cosa juzgada fraudulenta, que es materia de un libro reciente de los penalistas Morgenstern y Orce. Ese respaldo estimularía otras revisiones. Entre ellas, la del sobreseimiento por enriquecimiento ilícito con que Norberto Oyarbide benefició al matrimonio Kirchner.

El reproche a Israel es más conocido: ¿por qué no se interesa en saber quién voló su embajada en 1992? Es una pregunta capciosa. La Presidenta inscribió ese ataque y el de la AMIA en el contexto de la negociación de Oslo entre Israel y Palestina. Recordó que esas tratativas llevaron a un fanático israelí a asesinar a Yitzhak Rabin. ¿Las dos masacres de Buenos Aires tuvieron la misma inspiración? ¿Habrá que penar a fundamentalistas islámicos? ¿O hubo extremistas israelíes?

Estas incógnitas, que están al filo de la teoría del autoatentado, tan habitual en el discurso antisemita, asomaron detrás del planteo de la Presidenta. Ella las completó con una improcedente indicación al juez Rodolfo Canicoba Corral: que pregunte al ex embajador Yitzhak Avirán por qué declaró, en enero del año pasado, que "la mayoría de los responsables del atentado contra la AMIA ya están en el otro mundo, y eso lo hicimos nosotros". Israel aclaró entonces que Avirán había dicho "una tontería". Pero la señora de Kirchner quiere hacer notar que un diplomático israelí desmiente que los autores de la AMIA sean los iraníes buscados por Interpol.

La Presidenta compartió estas especulaciones, anteayer al mediodía, con Guillermo Karcher, el secretario del papa Francisco, a quien le gustaría recibir este año en el país. No fue casual: en 1992, Karcher fue testigo del estallido de la embajada, porque vivía en la parroquia Mater Admirabilis.

Las cavilaciones de Cristina Kirchner, extrañísimas en quien durante varios años acusó a Irán, son una gran contribución a la seducción que ejerce la acusación de Nisman. Porque el texto que presentó el fiscal muerto debe su fuerza persuasiva no a su calidad jurídica, sino a que llena un vacío historiográfico. Buena parte de la opinión pública creyó en Nisman porque el Gobierno jamás pudo explicar su catastrófico acuerdo con Irán.

Ayer, la Presidenta volvió a demostrar que no puede hacerlo. Así como adujo que no podía acordar con los holdouts por la cláusula RUFO, pero también porque el reclamo es inaceptable, alegó que pactó con Mahmoud Ahmadinejad para sentar a los acusados ante el juez, pero también porque duda de que ellos sean los culpables.

Nisman cubrió la falta de una justificación razonable con una narración verosímil. Aun cuando desde el punto de vista penal sea inconsistente. La señora de Kirchner avanzó ayer sobre otra fragilidad de su denuncia: recordó que, como sostuvo Daniel Rafecas al descartar la investigación, el propio Nisman, para la misma fecha, había redactado y firmado un escrito con argumentos inversos a los de su imputación. En ese texto, dirigido al Poder Ejecutivo para gestionar sanciones contra Irán en el Consejo de Seguridad, elogió la política presidencial frente al atentado. Y admitió que el memorándum con Irán era una pasable alternativa frente a la parálisis del proceso.

Como está muerto, será difícil desentrañar por qué Nisman presentó el escrito acusatorio y guardó el otro en la caja fuerte de la fiscalía. Cristina Kirchner, que nunca se inhibe ante una ventaja, acusó por duplicidad a alguien que ya no puede defenderse. Al ensañarse, debilitó la calidad de su argumento.

Nisman no puede justificarse. Pero la señora de Kirchner esbozó una explicación. Como los atentados de 1992 y 1994, también la acusación del fiscal fue parte de una jugada internacional: en este caso, las negociaciones entre Irán y las potencias occidentales. ¿También la muerte de Nisman se inserta en esta trama? La Presidenta no lo dijo.

Las referencias judiciales de ayer fueron tan relevantes como las omisiones. No habló de un golpe judicial. Y aclaró que el "partido de los jueces" estaba integrado sólo por algunos. Esta moderación confirma que los tribunales de Comodoro Py y la Casa Rosada están embarcados en una negociación. En ella intervienen jueces y fiscales, cuyo interlocutor principal es Aníbal Fernández, coordinado con Carlos Zannini y Wado de Pedro. El desenlace de estas tratativas se verificará en dos procedimientos. ¿Claudio Bonadio citará a Máximo Kirchner en la causa Hotesur? ¿La Cámara Federal rechazará la negativa de Rafecas a investigar a la Presidenta?

Las conversaciones también se explican por el eclipse de Antonio Stiuso y de sus gestores judiciales. En Tribunales miran con detenimiento la formación de la nueva Agencia Federal de Inteligencia. Ya hay candidatos para comandarla. El más inquieto es Marcelo Saín, quien, respaldado por el CELS, defendió en el Congreso la eliminación del servicio secreto de la Policía Federal. ¿Qué dirá Aníbal Fernández?

Sin un alto el fuego en la Justicia, no hay plan electoral. Y ayer quedó demostrado que la señora de Kirchner apuesta a ganar las elecciones. Su estrategia es dedicarse sólo a quienes esperan salvatajes del Estado. Aquellos que, al revés, creen que sus vidas mejorarían si el Estado los deja de asfixiar, no son parte del programa. Después de presentar una piñata de subsidios, la Presidenta invocó a Perón y anunció que se hará cargo de los ferrocarriles operados por privados.

Como el ascenso de Aníbal Fernández y la incorporación de Wado de Pedro al gabinete, la apuesta ferroviaria fue pensada mirando a la provincia de Buenos Aires. Fortalece a Florencio Randazzo, clave en el trato con intendentes del conurbano, frente a Daniel Scioli, siempre en penitencia.

Sin embargo, la incógnita principal es otra: ¿qué papel jugará Cristina Kirchner? Ella advirtió a sus íntimos que, si no consigue un candidato competitivo, se postulará. ¿Gobernadora bonaerense? ¿Diputada nacional? Ayer, refiriéndose a Gerardo Morales, dijo: "Déjenlo. Yo también querré hablar cuando esté allí". ¿Fue un lapsus o una pista?

El tono proselitista coincidió con el lenguaje. Así como confirmó sus dificultades con el inglés, ella demostró su evolución con el lunfardo. Habló de "mangos" y de que "a las minas nos gustan las pilchas". Y, en un giro comentadísimo, dijo al ministro de Economía: "Axel no te distraigas. Néstor nunca se distraía". Después confesó que Florencia, su hija, le hizo notar esa característica del ex presidente. La observación, trivial, ilumina la peripecia del Gobierno. Si Moyano, los Eskenazi, Báez, Massa, Nisman o Stiuso se convirtieron en problemas, fue porque la Presidenta cayó en demasiadas distracciones..

La última función de Cristilandia

Clarín

Por Eduardo van der Kooy.

Debieron pasar tres horas de latoso discurso en el Congreso antes que Cristina Fernández saliera de su cápsula para empezar a transitar un espacio terrenal. Ocurrió cuando desde bancas de la oposición, entre las que figuró la del diputado Claudio Lozano, aparecieron pancartas sobre el atentado en la AMIA. Afloró entonces el auténtico perfil de la Presidenta, vehemente, peleador e intolerante. Ingresó en un fangal que había evitado, refirió a la muerte del fiscal Alberto Nisman, a su denuncia de encubrimiento y atacó al Poder Judicial. Afirmó que los jueces –salvo Justicia Legítima, claro— se apartaron de la Constitución.

El enojo de Cristina y su resentimiento –dijo por primera vez a 42 días de producida, que lamenta la muerte del fiscal como la de cualquier persona— se entendería por el brusco contraste de las situaciones vividas. Le prepararon y disfrutó una fiesta, la última en estas circunstancias, incluida una multitudinaria movilización que no se privó de ninguna de las viejas maquinarias pejotistas. Pero que demostró voluntad y compromiso para permanecer ante el Congreso y escuchar un mensaje que tuvo apenas cuatro picos de fervor. Saludó entusiasmada y hasta danzó en las escalinatas. Adormeció a los presentes con los logros económicos y sociales de su gestión (las playas llenas de gente) hasta que irrumpió otro rostro de la realidad. Pasó sin escalas de Cristilandia a la antesala de un infierno.

Quedó, pese a todo, boyando una duda. También entre los opositores. ¿Habría estallado Cristina y arremetido contra el Poder Judicial, como lo hizo, si no hubieran surgido los carteles de la AMIA? ¿Estaba prevista su referencia a la muerte de Nisman? Sobre la primera cuestión no podría existir una respuesta irrebatible. Acerca de la tragedia del fiscal se advirtió que llegó preparada, con el inestimable servicio político que le brindó Daniel Rafecas, 72 horas antes, con el fallo que desestimó la denuncia por encubrimiento terrorista, sus carpetazos para escrachar a miembros del Poder Judicial que no comulgan con ella, y algunas disgreciones dignas de novelas policiales.

Tal vez Rafecas tenga razón con sus argumentos jurídicos. Tal vez el fiscal Gerardo Pollicita, que imputó a Cristina y Héctor Timerman, pueda vacilar ahora de apelar la desestimación después de observar la desangelada imagen presidencial del epílogo. Pero hay detalles que revelarían la importancia que encerró para el Gobierno la decisión de aquel magistrado. Dos diarios oficialistas reprodujeron con suplementos especiales del domingo la resolución completa.

Al defenderse por la interpelación sobre el atentado en la AMIA, la Presidenta elaboró una verdadera ensalada argumental. Para eso poseería indiscutida habilidad. Se victimizó primero como una vieja luchadora sobre el esclarecimiento del ataque. Lo fue, es cierto, mientras se desempeñó como legisladora y primera dama. Pero a medida que se arrimó al poder se fue distanciando del conflicto. ¿Podría decir, por ejemplo, cuantos años hace que se ausenta de cada recordación? Hasta dejaron de asistir sus funcionarios.

Para ratificar un compromiso que con el tiempo se diluyó hasta desaparecer desde la firma del pacto con Irán, incurrió en una notable contradicción. Cuando habló por cadena nacional, ataviada de blanco y en silla de ruedas, una semana después de la muerte del fiscal, mostró documentos según los cuales Nisman no había sido designado por Néstor Kirchner para investigar el atentado en la AMIA. Adujo que había correspondido al Procurador General Alterno, porque el titular de esa época, Esteban Righi, se había excusado. Ayer interrogó sueltita de cuerpo al plenario de autoridades y legisladores: "¿A nosotros nos van a acusar de encubrimiento terrorista que nombramos especialmente a Nisman para que se ocupara de la investigación?". La clásica manipulación de los hechos.

Para sortear el trance espinoso, como suele hacerlo, encendió varios ventiladores a la vez. Cuestionó con dureza a la Corte Suprema, sembró graves dudas sobre el papel de Israel en el ataque de la Embajada en Buenos Aires en 1992 y justificó el Memorándum de Entendimiento con Irán a partir de explicaciones geopolíticas que parecen agradarle. Aunque suenen, muchas veces, tocadas de oído.

Ricardo Lorenzetti, el titular de la Corte Suprema, quedó pagando cuando la Presidenta preguntó en que quedó el caso de la Embajada investigado por esos jueces. "No miren para acá, miren para otro lado", instó en alusión a las acusaciones sobre encubrimiento.

De inmediato llegó la lección Lerú de geopolítica. Cristina regresó con la tesis sobre que nuestro país podría estar siendo utilizado como teatro de disputas ajenas. Y colocó a la AMIA en el centro de la conjetura. Mencionó como posibles actores a Washington, Israel y parte del mundo árabe (Siria y Egipto). Rogó sorprendentemente para que los argentinos no se dejen enmarañar así. ¿Quién decidió firmar el Memorándum de Entendimiento con Irán? ¿Quién repuso a la Argentina en el peor lugar de la escena mundial, después de aquella infortunada jugada de Carlos Menem en la Guerra del Golfo, que derivó en los dos peores atentados terroristas? Los labios de Cristina acostumbran siempre a funcionar más rápido que su cabeza y su memoria.

La descolocación internacional de la Presidenta quedó desnuda cuando sucedió el salvaje ataque terrorista a la revista parisina de humor Charlie Hebdo. Tan mal se comportó que François Hollande suspendió una visita oficial al país. Pretendió compensarlo al repudiar en diciembre el terrorismo del grupo ultra Boko Haram en Nigeria, que pasó de largo para la mayoría de Occidente. Pero en enero se repitió otro episodio similar y la Cancillería permaneció muda. Lo mismo que cuando en febrero hubo otra incursión del terrorismo en Dinamarca ligada al caso Charlie Hebdo.

Parece claro que Cristina decidió cerrar su ciclo prescindiendo de EE.UU. y la Unión Europea para incorporarse, en hipótesis, a un nuevo diagrama mundial en el cual figurarían Venezuela (el kirchnerismo respaldó la represión de Nicolás Maduro), China, Rusia e Irán. Nadie conoce en qué condiciones formaría parte de ese complejo entramado, aunque ciertas pistas hay. Una sería el Memorándum de Entendimiento. La arbitrariedad presidencial llega a tanto, en su afán por explicar lo inexplicable, que endilgó sólo a Washington la negativa de incorporar el pacto por la AMIA a su agenda bilateral de negociaciones con Irán. Es oficial: Teherán también su opuso.
En medio de ese cuadro, la Presidenta descalificó a aquellos opositores y empresarios que objetan sus recientes acuerdos económicos con China. Según ella, el gigante de Asia ofrecerá a la Argentina lo que EE.UU. y la Unión Europea le niegan. Valdrían dos precisiones. El maridaje con Beijing nació de las debilidades financieras objetivas de nuestro país. Las reservas del Banco Central. No hubo plan estratégico previo. China tampoco funciona como un ministerio de Acción Social. Sería bueno que el Gobierno repasara muchas de sus inversiones en Centroamérica o su ingreso a veces devastador en África, como en Congo, Guinea y Togo.

La continuidad o modificación de esas cuestiones, según ella mismo lo admitió, quedaría para el gobierno venidero. No sucedería lo mismo con el Poder Judicial que la investiga por corrupción y los medios de comunicación que no le obedecen. Esas batallas las seguirá dando con mano propia hasta el último día de mandato.


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