LAS CIFRAS de desempleo correspondientes al trimestre mayo-julio resultaron, a primera vista, menos pesimistas de lo esperado. La tasa de desocupación se mantuvo en el 6,5%, a pesar de estar ya incorporando el inicio de la estacionalidad más compleja en términos de generación de empleo, como son los meses de invierno.
Pero esta aparente estabilidad en las cifras resulta engañosa. Detrás del 6,5% comparado con el trimestre móvil anterior, se esconde un incremento de 0,8 puntos porcentuales en 12 meses, mientras que la cantidad de personas sin trabajo pasa de 519 mil a 542 mil en los últimos cinco meses. En el lapso marzo-julio, la economía ha perdido casi 150 mil puestos de trabajo, de los cuales la mayor parte corresponde a empresas de mediano y pequeño tamaño.
Los trabajadores asalariados también bajan, denotando un deterioro en la calidad del empleo, de la misma manera que suben quienes trabajan por cuenta propia, tal como ha venido ocurriendo en las últimas mediciones y como suele suceder cuando el escenario laboral se torna más complejo. Sectores que hasta hace pocos meses sufrían las consecuencias de una oferta laboral restringida, como la minería o la construcción, hoy observan una situación radicalmente distinta. Este cambio de panorama, como era de esperar, se refleja en los índices de remuneraciones, menos presionados que en meses anteriores.
La creación de empleo, un objetivo que dominó la campaña presidencial de 2009 y que muchos dieron como un supuesto en el proceso electoral del año pasado, comienza a perfilarse como un problema eje para las políticas públicas. La desaceleración económica, más profunda de lo que el gobierno estimó, parece concentrar ahora la preocupación de las autoridades. Así debió haber sido siempre y una reflexión oportuna habría contribuido a una revisión más amplia de la reforma tributaria. El ministro de Hacienda pide “cuidar las expectativas”, tal como lo manifestaron representantes del sector privado cuando se planteó dicha reforma y lo siguen reclamando a propósito de otras agendas que impactan directamente en las decisiones de los agentes económicos, como la anunciada reforma laboral.
Porque el cuidado de las expectativas es una tarea común y, como advirtió la semana pasada el presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, “las señales que no contribuyen a las expectativas no vienen del sector privado”. Además de postergar reformas que sólo profundizan la incertidumbre entre los agentes económicos, el sector público puede contribuir de manera importante con la generación de condiciones más favorables para la inversión y la iniciativa privada, comenzando por sumar mayor certeza en procesos burocráticos, como las aprobaciones ambientales.
Incluso las reformas de orden eminentemente político, como el cambio en el sistema electoral, afectan las expectativas. Como lo demuestra la profusa literatura mundial sobre el tema, la fortaleza y estabilidad de las instituciones constituyen factores claves para el desarrollo de las naciones y nuestro país se ha beneficiado de las décadas de mayor crecimiento de su historia bajo un esquema electoral que privilegia los grandes bloques políticos, las alianzas y acuerdos.
Las advertencias que esconden las cifras de empleo impiden sacar cuentas alegres a unos o desviar la atención por parte de otros. El llamado, por el contrario, es claro: hay que revisar a fondo las trabas que la agenda de reformas está imponiendo a la actividad, con un esfuerzo que debe, además, compensar las señales negativas que ya se han dado.
